Corría el mes de julio y las fuerzas de los realistas, poderosas y bien equipadas, amenazaban destruir totalmente lo poco que se había ganado a fuerza de sacrificio y de coraje. Del norte venían avasallándolo todo a su paso.
La orden de Belgrano fue terminante y precisa: no debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario; ni casa ni alimentos ni un solo objeto de utilidad.
Todo fue quemado o transportado a lomo de mula, de caballo, de burro… hasta el último grano de la última cosecha.
El frío y la ventisca invernales acompañaron la caravana, reanimada sólo por aquellas palabras del general Belgrano, en su arenga del 25 de mayo frente a lo irremediable. En medio del viento blanco, la visión de aquella bandera que el “caudillo revolucionario”, como lo llamó el general realista Goyeneche, conservaba bien guardada en una de sus maletas (lejos de destruirla, como había dicho al gobierno de Buenos Aires que haría), ponía su calor reconfortante para proseguir sin desmayos la emigración heroica.
La orden de Belgrano fue terminante y precisa: no debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario; ni casa ni alimentos ni un solo objeto de utilidad.
Todo fue quemado o transportado a lomo de mula, de caballo, de burro… hasta el último grano de la última cosecha.
El frío y la ventisca invernales acompañaron la caravana, reanimada sólo por aquellas palabras del general Belgrano, en su arenga del 25 de mayo frente a lo irremediable. En medio del viento blanco, la visión de aquella bandera que el “caudillo revolucionario”, como lo llamó el general realista Goyeneche, conservaba bien guardada en una de sus maletas (lejos de destruirla, como había dicho al gobierno de Buenos Aires que haría), ponía su calor reconfortante para proseguir sin desmayos la emigración heroica.
En ese acto sintió Belgrano que se identificaba totalmente con el destino del pueblo que él sacrificaba. Por eso, lo hizo depositario y guardián de la “bandera nacional de nuestra libertad civil”, puesto que, gracias a ese esfuerzo supremo, fue posible ganar la batalla de Tucumán, primero, y la de Salta, después.
Una bandera, una escuela y dos escudos quedaron para siempre en Jujuy como el testimonio de agradecimiento de un general que, si quitaba méritos a las suyas, sabía reconocer las virtudes de los demás.
Una bandera, una escuela y dos escudos quedaron para siempre en Jujuy como el testimonio de agradecimiento de un general que, si quitaba méritos a las suyas, sabía reconocer las virtudes de los demás.